Os dije que se avecinaban cosas y no me importa repetirlo

Las prostitutas maúllan bajo mi ventana. Nieve, fina como sal precipitando desde el cielo, como si un enorme gourmet sazonara la ciudad, relamiéndose en la anticipación que precede a la ingesta, al deglute, al atracón. La comida. Es la única verdad. Y como la verdad, de ella carece esta civilización de seres pequeñitos y de andar por casa. Debo insistir: en contra de lo que a primera vista pudiera parecer, la comida escasea a nuestro alrededor. No hay bananos creciendo de las farolas, como sería lógico y deseable. No hay caza digna de tal nombre, ni mayor ni menor. No hay campos sembrados más que de torretas y cables de alta tensión. El paisaje urbano, sea el obsceno centro o el industrioso extrarradio, es del todo incomible. Porque no nos engañemos: nada de lo que se nos sirve en mercados y bufés es alimento. “Comestible” es una palabra hueca, tan de plástico como las salchichas con queso que acabo de cenar. La tierra de las macetas es comestible, un coño es comestible, pero ni uno ni otro son alimento. Un chicle es masticable. Puede morderse una y otra vez, pero jamás se deshará. Un pitillo es fumable. Un practicable no. Pero nada de esto es alimento. Intentaré explicarme mejor. No está lejano el día en que nos apetezca una uva y al echar mano della descubramos que toda la fruta que nos rodea es de miserable y ceruménico atrezzo. Llegará, ese día. Y muy pronto. Y cuando todo el mundo desespere y busque fruta debajo de las baldosas, no habrá Eva alguna para ofrecernos su manzana mientras nos hace morritos. Quede claro que hablo de comida, follar sí se podrá seguir haciendo, y será el sexo oral el más popular de todos, el único plato que podremos rebañar hasta hartarnos. Pero tampoco nos saciará. Hambrunas vienen. Lo veo, en mis fiebres. Otra guerra mundial acecha, y llegará, estoy convencido, el mismo día en que por fin y contra todo pronóstico encuentre mi lugar en esta civilización fofa y decadente de adoradores del tedio. El mismo día en que firme mi hipoteca se declararán las hostilidades. La gente me señalará por la calle, riéndose. Se avecinan tiempos duros, amigos, tiempos oscuros. Hagan acopio de palos y piedras.

Gobiernen sus haciendas con puño de hierro.

Malmetan,
bufen,
hagan el pino.

Sobre todo hagan el pino. ES DE VITAL IMPORTANCIA QUE HAGAN EL PINO.
Debo insistir en este punto, y para ello les pido que piensen en el personaje real o de ficción que les inspire mayor confianza y respetabilidad, esa figura de la que hayan aprendido las escasas verdades que sepan. El tipo de cabrón al que seguirían ciegamente en el campo de batalla.
Representen con la ayuda de un amigo cómo esta persona imaginada les coge de las solapas y les levanta en volandas, agitándoles vigorosamente al tiempo que vocifera en su cara (suya de ustedes):
ES DE VITAL IMPORTANCIA QUE HAGAN EL PINO. PERMANEZCAN EN VERTICAL, DEL REVÉS, DE PIE SOBRE SUS MANOS TODO EL TIEMPO QUE PUEDAN.
HASTA QUE SUS ÓRGANOS INTERNOS SE REAJUSTEN A LA NUEVA POSTURA.
HASTA QUE APRENDAN A BESAR CON EL ANO Y A TENER HEMORROIDES EN LA BOCA.
AQUELLOS QUE PUEDAN, HAGAN EL PINO-PUENTE.

EL DESTINO DE MILLONES DEPENDE DE USTEDES AHORA.

Abre la ventana que huele a moho

AVISO MUNDIAL















Se avecinan cosas.